El Jardín de María en los Pirineos Catalanes.

Desde el año 873, fecha de la consagración a María de la iglesia de Formiguères, los habitantes de estas montañas han manifestado un profundo apego a la Virgen María. A lo largo de los siglos, han construido numerosos santuarios pequeños dedicados a su veneración. Todos estaban bajo protección de una “virgen patrona” cuya imagen se conservó la mayor parte del tiempo en la iglesia parroquial. Fue en esta misma época cuando se fundó la abadía de Montserrat, un lugar que ayudó a difundir la espiritualidad en estas montañas hasta hoy.

Asombrado por la intensa devoción de los catalanes, el padre Camos, un fraile dominico del siglo XVII, llamó a esta región el “Jardín de María”. Es este espíritu el que intentamos conservar hoy en el Alto Conflent, el Capcir y la Cerdaña.

El lema del Jardín de María nos dice lo que podemos encontrar en esta tierra tan cerca del Cielo.

Un refugio para tu corazón. En estos santuarios, cerca de María, donde tantos peregrinos vinieron antes que nosotros, nos encontramos con un lugar de descanso para nuestros corazones inquietos. Dejamos atrás el ritmo loco de nuestro siglo y nos dejamos llevar por el de la montaña, el de la naturaleza, el de Dios.

Una fuente para tu cuerpo. Ante todo, los peregrinos buscaban la salud del cuerpo en esos manantiales transformados en fuentes. Muchos de ellos se curaron. Hoy en día, muchos enfermos o deportistas de alto nivel siguen buscando la salud del cuerpo.

Un jardín para tu espíritu. La belleza de la naturaleza que nos rodea eleva nuestra mente. ¿Cómo negarse a ver la obra del Creador? Una obra hecha por amor para todos nosotros. El suave clima y la belleza de esas grandes mesetas tienen para nosotros la misma vocación que los jardines monásticos, la de llevar nuestras miradas hacia el Cielo.